―Lo más probable es que no sea nada.
No tiene ni idea. La diversidad de pruebas lo corrobora. Pero me muerdo la lengua y asiento educada. Es lo que procede en esta situación. Me retiro como un alma en pena. Me someto a una retahíla de exámenes y analíticas. Me aterra lo que puedan encontrar. Soy cobarde.
―Puede venir a recoger los resultados el jueves.
No. Me asfixio. No puedo estar tres días esperando la sentencia. Demasiado tiempo para distraer a un Monstruo que tiene carnaza para una aparición estelar. Ya siento angustia y todavía no he abandonado la habitación. Sigo como un pasmarote delante de la enfermera que me mira desconfiada.
―¿Puede darme algo que me deje inconsciente hasta el jueves? ―deseo decirle.
Pero no lo hago. Sería inapropiado y, además, sé muy bien que no existe dicha posibilidad. Opto por despedirme muy digna e iniciar el calvario. Me pongo en lo peor. Pienso en cómo se lo diré. No quiero que sufra. Me siento vulnerable. A pesar de mi hipocondría nunca había pensado seriamente que esto pudiera acabarse.
―No pienses.
No entiendo la fijación de algunas personas en aconsejarme eso. No sé cómo se hace. Soy incapaz. Los engranajes nunca descansan, nunca se detienen.
Intento serenarme.
«Lo más probable es que no sea nada».
«Lo más probable es que no sea nada».
«Lo más probable es que no sea nada».
Habrá desarrollado cierta intuición tras tantos años de experiencia. Me engaño. Actúo como un autómata. La incertidumbre oprime.
La soledad en la sala de espera. Otros individuos como yo, desviando la mirada, ausentes. Todos islas. Distrayendo un tiempo que se dilata poco a poco. Pronuncian mi nombre como si pasaran lista. Taquicardia.
―Adelante.
Inspiro.
***
Este relato participa en la iniciativa de @Divagacionistas de esta semana, con «la espera» como tema principal.
He sentido angustia leyéndolo, lo cual es buena señal. Like!
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Dios que susto.
Me hizo sentir peor que una película de terror.
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