Trilogía de las Auroras Polares (I): Las Crónicas

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Las auroras polares son uno de los fenómenos más fascinantes que nos ofrece la naturaleza y han sido muchos, los que, atraídos por su belleza han sentido la necesidad de plasmarla. De la mano de sus testimonios vamos a conocer algunas de las auroras más bellas de la historia de la humanidad y cómo se sintieron nuestros protagonistas contemplándolas.

Para empezar desde el principio, deberemos remontarnos 30.000 años antes de nuestra era. Las pinturas rupestres de las paredes y techos de las cuevas de la Francia meridional parecen registros de auroras. El hombre de cromañón, por tanto, pudo ser el primero en evocarlas.

Cromañón: "Macaroni" puede ser la representación más temprana de una aurora (30.000 A.C.)

Cromañón: «Macaroni» puede ser la representación más temprana de una aurora (30.000 A.C.)

Las culturas antiguas, por su parte, dejaron descripciones de sucesos celestes que corresponden, sin duda alguna, a auroras. El documento escrito de mayor antigüedad del que se tiene referencia, data del año 2.600 AC. Su contenido relata la siguiente historia: «Fu-Pao, la madre del Imperio Amarillo Shuan-Yuan, vio un fuerte rayo moviéndose alrededor de la estrella Su, que pertenece a la constelación de Bei-Dou, y la luz iluminaba toda la zona. Después de lo cual quedó embarazada.» El pueblo chino, para nombrarla, se valía de términos característicos del fuego y de los animales, especialmente del dragón. El rayo, que figura en este pasaje, era uno de los nombres que empleaban a menudo.

Por lo que se refiere a la primera descripción conservada y digna de crédito, se encuentra en las tablillas de arcilla de Babilonia. Los astrónomos reales registraron en estas, todas las observaciones efectuadas durante el trigésimo séptimo año del reinado de Nabucodonosor II, rey de Babilonia. La fecha exacta del suceso fue la noche del 12 al 13 de Marzo del año 567 AC, según el calendario juliano, y en la tablilla se lee: «en la noche del 29 [calendario lunar], apareció una llamarada de resplandor rojizo por el oeste; dos doble-horas…». Por desgracia, el resto del texto se ha perdido. Cabe destacar que en aquella época la latitud geomagnética de Babilonia era, aproximadamente, 41ON frente a los 27,5ON actuales, lo que permite suponer una mayor incidencia de auroras que en la actualidad.

Otro testimonio más controvertido es el relato del Antiguo Testamento sobre la visión del profeta Ezequiel (I: 1-28) «el año treinta, el cuarto mes, a cinco del mes (probablemente 593 AC), cuando yo restaba entre los deportados a orillas del rio Kebar se abrieron los cielos y percibí visiones divinas.  Y miré y he aquí que un viento tempestuoso venía del norte, una gran nube y un fuego inflamado que brillaba a todo su alrededor, y en medio de él una especie de electro [que salía] del medio del fuego». A continuación habla de cuatro extraños seresy su relato prosigue: «En medio de tales seres aparecía una visión como de brasas incandescentes, como visión de antorchas que se paseaba entre los seres y un resplandor como fuego y del fuego salían relámpagos». En el resto de la narración se hace hincapié en resplandores, fuegos y fulgores. Si bien ha sido considerado por diversos autores como la descripción de una aurora, otros tantos opinan que tal interpretación es altamente especulativa.

Los griegos creían que Apolo era el creador de las luces del norte y, por las numerosas crónicas que nos dejaron, parece que éste se prodigó en los cielos de la Grecia clásica. Se pudieron ver auroras en Atenas los años 479 y 466 AC, en toda Grecia en 372 y 348 AC y cerca de Corinto el 343 AC. Entre los autores de los escritos se encuentran personajes tan notables como Aristóteles (Meteorologica, 338 AC), Anaxágoras (fragmento, siglo V AC) y Anaxímenes de Mileto (Sobre la naturaleza, perdido, siglo VI AC). Pero también trataron el tema Jenofonte, quien habló de «la acumulación de nubes ardientes en movimiento» e Hipócrates y Esquilo, que pensaban que eran sólo un reflejo de la luz del sol.

De entre las citadas, la descripción que merece una mención especial es la de Aristóteles:

«A veces, en una noche clara pueden verse una serie de imágenes tomando forma en el cielo, como ‘simas’, ‘fosos’ y colores rojo sangre. De nuevo, éstos tienen la misma causa.

Puesto que hemos demostrado que el aire de más arriba se condensa y prende fuego y que su combustión produce a veces la forma de un fuego ardiente, a veces de ‘antorchas’ o estrellas en movimiento; por lo tanto, es de esperar que este mismo aire, en el proceso de condensación, asuma todo tipo de colores… La causa de la breve duración de estos fenómenos es que la condensación dura por un tiempo corto».

En la civilización romana, la primera narración de una aurora se fecha en el 460 AC pero las más célebres por su contexto histórico, se produjeron más tarde. La primera de ellas tuvo lugar en el 44 AC, justo antes de que 23 puñaladas atravesasen el cuerpo de Cayo Julio César en la Curia del teatro de Pompeyo, donde se reunía el Senado de Roma. Tuvo tal intensidad que permitió ver a los soldados, tanto de infantería como de caballería.  La segunda, fue en el cielo de Palestina el año 70, cuando el emperador Tito Flavio Sabino Vespasiano, tras un asedio de cinco meses, conquistó Jerusalén y saqueó su templo. El arco de Tito en Roma, fue erigido por su hermano Domiciano para conmemorar esta victoria.

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En cuanto a los relatos, en sí mismos, los más interesantes corresponden a Séneca y a Plutarco. Este último, en su Moralia, hizo un resumen de los textos desaparecidos de Anaxágoras que mencionaban la aurora de 467 AC: “durante 70 días hubo una figura enorme y furiosa en el cielo. Era como una nube de llamas, que no se quedó en su posición, sino que se movió sinuosa y regularmente, de modo que los fragmentos brillantes volaban en todas direcciones y el fuego resplandecía como en los cometas. Esos fragmentos se desprendieron durante rápidos e inesperados movimientos”.

Séneca, por su parte, en el tratado Quaestiones Naturales (libro primero, siglo I) explicó los fuegos celestes de esta forma: «Es tiempo de considerar, brevemente, otros incendios  atmosféricos, de los cuales hay varias formas. A veces parpadea una estrella. A veces hay luces brillantes. A veces son inmóviles y se pegan a un punto, a veces giran. Se observan muchas clases de ellos. En algunos hay un gran hueco en el cielo rodeado por una corona como un agujero excavado en un círculo. Otros son como un enorme masa de fuego redonda, como un barril, con dardos o rayos en un solo lugar. En otros casos una parte del cielo se abre y se esconde– por así decirlo – y envía llamas. Los colores de todos estos fuegos son también muy variados: algunos son de color rojo brillante, algunos parecen una débil y pálida llama, otros tienen una luz blanca, ciertos tienen un color amarillo uniforme sin estallidos o rayos»….»¿Entonces, cómo empiezan? El fuego se enciende por la fricción del aire y es propulsado violentamente por el viento. Sin embargo no siempre el viento o la fricción son la causa. A veces el fuego es generado por ciertas condiciones favorables en la atmósfera. En el cielo hay muchos elementos, seco, caliente, terroso, entre los cuales se origina el fuego y fluye hacia abajo tras su propio tipo de combustible; en consecuencia, se mueve a gran velocidad»…. «Entre estas luces también se puede incluir un fenómeno que con frecuencia leemos en la historia: el cielo parece estar en llamas. A veces su brillo está tan alto que parece estar realmente entre las estrellas. A veces las luces están tan bajas que dan la ilusión de un fuego a cierta distancia. Durante el reinado de Tiberio Julio César Augusto (14 – 37) los vigías se apresuraron en ayuda de la colonia de Ostia como si estuviese en llamas, ya que a lo largo de casi toda la noche hubo un resplandor en el cielo, amorfo, como el de un espeso humo de un fuego. Con respecto a estos fenómenos, nadie duda que tienen la llama que muestran; hay una sustancia definida en ellos».

Otro hecho histórico que parece evocar la aparición de una aurora fue la salvación de la ciudad de Bizancio frente al sitio de Filipo, rey de Macedonia. En el 360 A.C., Filipo quiso aprovechar el factor sorpresa para la conquista. La vigilancia nocturna de las murallas era mucho menor y la oscuridad les facilitaría la toma de Bizancio sin ser vistos. Pero el plan se torció por la aparición de una luz en forma de luna creciente que iluminó el paisaje dejando a los invasores al descubierto. Para conmemorar el acontecimiento se acuñó una moneda con forma de media luna que, sin embargo, no parece representar a nuestro satélite. Su orientación es errónea vista desde la región mediterránea. Si además se tiene en cuenta que la luz de la luna, sin nieve, no es suficientemente brillante para provocar la iluminación que se explica en la historia, todo hace suponer que la representación corresponde a un arco auroral.

A partir de los testimonios con los que se cuenta, da la impresión de que este suceso presentaba una cierta tendencia a adornar hechos memorables. Por ello, no es de extrañar que también se relacionase la aurora del 3 de marzo de 451 en Francia con la derrota de Atila frente al general romano Aecio en la batalla de los Campos Cataláunicos, en Châlons-en-Champagne, que se libró durante los últimos días de junio de 451, en la margen izquierda del rio Marne.

A partir de la caída del Imperio Romano de Occidente, se abrió un periodo de escasas referencias  en Europa. En el siglo VI, San Gregorio de Tours escribió que las luces del norte eran «…tan brillantes que se podía pensar que el día estaba a punto de amanecer». En Gran Bretaña, las crónicas se remontan al año 555 y existe una descripción muy detallada de la que tuvo lugar en 585, que fue la más intensa y violenta del siglo VI. En este territorio, la mayoría de auroras ocurridas entre los años 500 y 1100 pueden encontrarse en Chronicle of Scotland y en los relatos vikingos.

La disminución de sucesos registrados en la Edad Media se recuperó hacia el 1500 coincidiendo con la invención de la imprenta que facilitó su mayor y más rápida difusión. El primer documento impreso conocido data de 1490. Su nombre, “Aurora boreal”,  fue acuñado en el siglo XVII, de forma independiente, por el matemático y astrónomo francés Pierre Gassendi por una parte y por Galileo Galilei y su estudiante Guiuducci por otra. Lo emplearon para describir el fenómeno que se produjo el 12 de setiembre de 1621, tras el cual se inició un nuevo periodo de carencia hasta 1715. Cabe señalar que durante este tiempo la actividad solar fue muy baja y se observaron poquísimas manchas solares, lo que se conoce como mínimo de Maunder.

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La aurora del 17 de marzo de 1716 fue especial  tanto por ser la más espectacular del siglo XVIII como por contar con un observador de excepción: Sir Edmund Halley. El astrónomo dio la primera explicación científica de este fenómeno, que sigue teniendo validez actual: «Los rayos aurorales son debidos a las partículas, que son afectadas por el campo magnético; los rayos son paralelos al campo magnético de la tierra y la forma, semejante a una bóveda, es debida a los fenómenos de perspectiva».

Desde entonces, este bello suceso celeste siguió apareciendo regularmente. Algunas de las más impresionantes, que se vieron desde amplias regiones tuvieron lugar el 11 de febrero de 1958, en la que luces de 2000 km de anchura rodearon el ártico desde Oregón (44O N, 121O W) hasta New Hampshire (44O N, 71O W) y el 13 de marzo de 1989, en la que se iluminó todo el cielo de un rojo brillante y fue vista en Europa y Norteamérica llegando a latitudes tan bajas como la de Cuba.

En la actualidad, nos encontramos en el ciclo solar vigésimo cuarto desde que en 1755 empezó a controlarse sistemáticamente la actividad de las manchas solares. Aunque, según los cálculos el ciclo comenzó el 4 de junio de 2008, la actividad fue mínima hasta principios de 2010. De hecho, durante los años  2008, 2009 y hasta la mitad de 2010, el número de manchas solares observadas fue tan escaso que algunos científicos llegaron a postular un mínimo de Maunder. Sin embargo, el 3 de abril de 2010 se registró la primera eyección de masa coronal (EMC) del ciclo, que provocó una intensa  tormenta geomagnética al impactar con la Tierra dos días después. Cuatro meses más tarde, el 1 y 2 de agosto, se vieron múltiples filamentos magnéticos, estallidos de radio y cuatro EMC orientadas hacia la Tierra que causaron nuevas tormentas geomagnéticas. A consecuencia de ellas, las primeras horas de la mañana del 4 de agosto de 2010 se produjo una aurora boreal que fue visible en latitudes tan al sur como Dinamarca, a unos 56º de latitud N. En Estados Unidos pudo ser observada en Michigan (44O20´N) y Wisconsin (44O30´N). Las luces fueron verdes debido a la interacción de las partículas solares con átomos de oxígeno.

A partir de entonces, han habido y sigue habiendo periodos de intensa actividad, con oscilaciones temporales. Algunos de los más destacados han sido recogidos por los medios de comunicación, no sin cierto alarmismo. En agosto de 2011 tuvieron lugar tres eyecciones combinadas de masa solar que produjeron auroras notables tanto en el hemisferio norte como en el sur. Las boreales llegaron a verse en USA (Utha, Colorado, Oklahoma y Alabama), Inglaterra, Alemania y Polonia y las astrales en Sudáfrica, y el sur de Chile y  de Australia.

En  los primeros meses de 2014 se han producido numerosas auroras visibles en las altas latitudes, Finlandia, Noruega, Rusia… por lo que, si el año sigue tan fructífero, se espera que, a partir de septiembre, puedan observarse más. Debe tenerse presente que el mejor periodo para contemplar el espectáculo celeste va del equinoccio de otoño al de primavera. En esas fechas, muchas son las personas que viajan al norte dispuestos a dejarse seducir por las auroras, decididos a inmortalizar en una imagen, un inolvidable encuentro con la naturaleza.

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Todas las fotografías de la entrada son obra de Paco Bellido (@ElbesoenlaLuna). Para poder disfrutar de su obra no dejéis de visitar sus blogs El beso de la luna y Cuaderno de viaje.

Los artículos de «Trilogía de las Auroras Polares: Las Crónicas (I), Las Leyendas (II) y Las Teorías (III)» han sido galardonados con el Premio «It´s Science Bitches» de Emilio Capitel

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Acerca de Laura Morrón Ruiz de Gordejuela

Licenciada en Física por la Universidad de Barcelona y máster en Ingeniería y Gestión de las energías renovables por IL3. Tras desempeñar su labor profesional durante diez años en el campo de la protección radiológica, tuvo la oportunidad de entrar a trabajar en Next Door Publishers, donde, como editora, puede aunar su pasión por la divulgación científica y los libros. Aparte de esta labor, desde 2013, ejerce de divulgadora científica en el blog «Los Mundos de Brana» —premiado en la VI edición del Concurso de Divulgación Científica del CPAN— y en las plataformas «Naukas» y «Hablando de Ciencia». Ha colaborado en los blogs «Cuentos Cuánticos» y «Desayuno con fotones» y en los podcasts de ciencia «La Buhardilla 2.0», «Crecer soñando ciencia» y «Pa ciència, la nostra». Es integrante del Grupo Especializado de Mujeres en la Física de la Real Sociedad Española de Física (GEMF), la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF), El Legado de las Mujeres y la ADCMurcia. En 2015 fue galardonada con el premio Tesla de divulgación científica de «Naukas». Es autora del libro «A hombros de gigantas».
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9 respuestas a Trilogía de las Auroras Polares (I): Las Crónicas

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  2. Yo tuve la suerte de poder ver auroras boreales durante mi Erasmus en Finlandia hace ya dos años y es un momento que no cambio por nada y desde luego no se puede pagar con dinero. Todo un espectáculo que está ahí para gozo y disfrute y que te absorbe completamente, hasta darte cuenta de que llevas dos horas tumbado en la nieve con la mirada fija. A todo el que tenga la oportunidad de verlas le recomiendo que no la deje pasar, toda una experiencia.

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  3. De las pocas cosas que sobreviven a mi hastío y a mi misantropía.
    🙂
    Se ve que hay trabajo documental por detrás, como siempre.
    🙂

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